PSICOLOGIA SOCIAL: LA PALABRA EN LOS GRUPOS
#43 - Publicado en Campo Grupal – Año 10 Nro. 101 de junio de 2008.
No somos hombres y no nos tenemos los unos a los otros sino por la palabra. (Montaigne).
Enrique Pichon-Rivière, el padre de la Psicología Social Argentina, expresó alguna vez que ya desde la infancia su pretensión era
Todo es una cuestión de nombres y sin nombres nuestro existir sería la extrañeza perpetua. Adviértase que antes de nacer ya somos nombrados. El cachorro humano resulta comprometido con las palabras del Otro, que lo fundan en su singularidad. Nuestro estilo, cada estilo propio, es justamente ese efecto primero y, de allí, nada menos que la enorme influencia que ejerce en la constitución de nuestro cuerpo -y de nuestra psiquis- la primera mujer en la vida de cada ser hablante: su madre. La lengua se llama materna porque nos llega desde ese otro primordial. Su escucha nos trae la noción de ritmo, de trama; es una organización del movimiento de la palabra en el lenguaje. Pues, entonces, hablaremos aquí del sujeto del inconsciente, ese que deja hablar al hablante-ser o
Ningún individuo puede ser entendido solamente en términos de
Sabemos que el lenguaje es una adquisición relativamente reciente en el desarrollo de nuestra especie y que nos ha diferenciado del resto de los habitantes del mundo animal. Comenzó con la comunicación simbólica, superando el intercambio de signos. Hoy la palabra es productora de vínculos y saberes que nos ayudan “algo” -no todo- a entender
¿Cómo transitan las palabras en los grupos? En los grupos donde operan los Psicólogos Sociales las palabras van y vienen, casi como sabiendo que la acción humana por excelencia es precisamente “la palabra”. La comunicación -verbal y preverbal- aparece llena de malentendidos y de malentendientes. Surge esa misteriosa síntesis entre la guerra y la fiesta: un enfrentamiento de fuerzas donde una parte pugna por la ruptura de los estereotipos, por dar cabida a nuevos discursos instituyentes como también a cambios, aperturas, multiplicidades. Y otra parte, procura inclinar la balanza hacia la resistencia al cambio, hacia la repetición y el estancamiento de los modos del pensar, del sentir y del hacer. Guerra
Pues, entonces, en el intercambio grupal nos encontraremos con múltiples modos de expresión: vgr. los del líder, los del portavoz, los del saboteador, los del chivo expiatorio y, por qué no, incluso los del silente (ya que hasta en el silencio habla la palabra negada). En dicho dispositivo se podrá, entonces, jugar con las palabras. Leer lo que se dice como si estuviera escrito sobre el paño de una bandera flameando: de tal forma que un integrante podrá ver algunas letras mientras que los demás, según ese movimiento ondulante, leerán otras palabras muchas veces muy distintas comparándolas entre sí. Lo que cada uno expresa se termina de decir, no de modo idéntico, en
No solamente la aludida disyunción sucede del modo antes indicado, sino también dentro del discurso particular y personal de cada uno de los miembros que integran el grupo. Cuando hablamos, ¿quién dice? El acto de la enunciación se produce también desde una posición inconsciente, por lo que el
El proceso grupal es también un lugar en el que la realidad humana puede ser auténticamente recreada, puesto que es en este tipo particular de dispositivo que una persona puede ser escuchada de modo tal que le permita restablecer el hilo de su historia, volviendo así más legible el texto de ésta. Junto a la palabra circula
En los grupos tampoco faltan las denominadas “conjugaciones egológicas”, así llamadas porque siguen la lógica del “ego”. Son aquellas descripciones de un hecho similar que solemos conjugar con elogiosa benevolencia cuando se refieren a uno mismo, con desconfiada distancia cuando son atribuidas a nuestro interlocutor y con agraviante rechazo cuando apuntan a una tercera persona. Representan valoraciones gradualmente distintas acerca de una misma cosa, que atraviesan constantemente los discursos de nuestra vida cotidiana. Algo así como decir: “yo soy muy prudente”, “vos nunca te arriesgas” y “él es decididamente un cobarde”. O también: “yo mantengo firmes mis convicciones”, “vos sos muy obstinado” y “él es más terco que una mula”.
ara concluir, digamos que las palabras que circulan en todo grupo resultan insuficientes para expresar lo que pensamos y lo que sentimos. Muchas veces creemos tener la “última” palabra; otras sentimos que tenemos que “comernos” las palabras y, otras más, empleamos palabras “fuertes o duras”. Cuando nuestras emociones son intensas y profundas, o van envueltas en cierta bruma interior, solemos quedarnos “sin” palabras. Siempre es bueno entender que nuestras palabras nos son habladas en minúscula, como así también las pronunciamos desde nuestra pequeña estatura humana. Alguna vez leí que las palabras que decimos son menos de lo que pensamos; lo que pensamos es menos de lo que sabemos; lo que sabemos es menos de lo que amamos; y lo que amamos es menos de lo que existe.
Ronaldo Wright.
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