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jueves, 15 de marzo de 2012

"UNA MENTE INQUIETA" Libro de Kay Jaminson


FRAGMENTO
Siempre fui alarmante mente propensa a la inestabilidad afectiva emocional desde niña, severamente deprimida al principio de mi adolescencia y envuelta al iniciar mi vida profesional en ciclos inexorables de la enfermedad maníaco-depresiva.
En la actualidad me vi convertida por necesidad en estudiante de estados afectivos. Ha sido la única manera a mi alcance de comprender, incluso de aceptar la afección que padezco.
Los Chinos creen que antes de poder vencer a una bestia es preciso volverla hermosa. Para poder luchar contra la bestia, tuve que conocer primero todos los estados de ánimo y sus infinitos disfraces, tuve que comprender sus poderes reales e imaginarios.
Y como pensaba que debía controlar sin ayuda de nadie mis cambios de humor cada vez más irascibles, durante los primeros años no busqué ningún tipo de ayuda ni tratamiento.
Mis episodios de manía, al menos en las fases iniciales producían un inmenso placer personal, un flujo incomparable de pensamientos y una energía inacabable.
Necesité mucho tiempo para darme cuenta que los años y las amistades que se pierden son irrecuperables, que el daño que uno se hace a sí mismo y a los otros, no siempre puede ser reparado y que el escape fuera de control, pierde sentido cuando las únicas alternativas posibles son la muerte y la locura.
El problema más grande al tratar la enfermedad no es la falta de medicamentos eficaces, sino la falta de tratamiento debido a la ausencia de información, al estigma o miedo a sufrir represalias personales o profesionales.
El trastorno bipolar distorsiona el estado de ánimo, incita a conductas espantosas, destruye el pensamiento racional y erosiona la voluntad y el deseo de vivir.
Tiene un origen biológico pero actúa en la esfera mental.
Estoy cansada de disimulos, de retener y malgastar la energía, de condicionarme como si tuviese algo que ocultar, una es lo que es, y refugiarse tras un diploma o una actitud, incluso si resulta necesario no es más que deshonestidad.
Sigo teniendo dudas sobre si hago bien al hacer público mi problema, pero una de las ventajas de padecer trastorno bipolar es que pocas cosas parecen imposible de vencer. Una puede sentir terror al avanzar, pero nunca se plantea volver atrás ¿ porque no decir lo que me ocurrió?.
Quizá debido a que mis violentas escaramuzas contra mis estados de ánimo no llegaron hasta que cumplí los 16 años, tuve tiempo de vivir un mundo lleno de aventuras, poco amenazante. Largos días de la temprana adolescencia fueron en su mayoría felices para mi.
Luego sentí que algo no andaba bien. Luego de ello, todo me parecía fácil, funcionaba con rapidez, podía permanecer levantada noche tras noches, soñando con proyectos grandiosos y nada realistas para mi futuro. Pero me sentía bien, como si fuese capaz de hacer cualquier cosa y nada fuera imposible.
Poco a poco, con el pasar de los años el suelo empezó a fallarle a mi vida, y a mi mente. Mi pensamiento se volvió tortuoso, nada tenía sentido. Me descubría a mi misma mirando sin la más remota idea de lo que pasaba alrededor.
Estaba habituada a que mi mente fuese mi mejor amiga, a mantener conmigo misma conversaciones interminables, contaba con un pensamiento analítico, la agudeza, el interés y la lealtad de mi espíritu para lograrlo.
Así comencé mi carrera profesional, luchando contra el círculo de notables, que sentía que me veían diferente, como sapo de otro pozo, y muchas veces sentía que la vida era un camino corto y sin sentido; estaba agotada y me era difícil levantarme por las mañanas.
Fue gracias a la habilidad para dar una imagen distinta de mi interior como pude lograr que nadie notase lo que me sucedía. Hoy no tengo idea de como lograba pasar por normal; supongo que la gente suele estar preocupada por si misma y raramente nota la desesperación de los demás.
Intuía que algo iba horriblemente mal, pero no sabía que y había sido educada en la certeza de que uno debe guardarse para sí los problemas. Por eso me resultó acabadamente fácil mantener alejados a mis amigos y familia.
Era imposible evitar magulladuras terribles en mi mente y en mi corazón, la sacudida de haber sido incapaz de entender lo que me ocurría, de haber perdido el control de mis pensamientos. ..hoy mirando hacia atrás me alegra que pudiese sobrevivir, que lo lograra por mi cuenta, aunque creo que envejecí rápidamente en este tiempo.
Hubo una época que representó para mi una lucha sin cuartel, una pesadilla recurrente de afectos pesarosos y temibles, alternados de vez en cuando con meses de gran contento, de enorme entusiasmo y de trabajo agradable.
Pero la pauta de humores y energías cambiantes tenía un lado seductor, debido a las reapariciones de los eufóricos estados de ánimo que eran extraordinarios y me llenaban el cerebro de cataratas de ideas y suficiente energía como para crearme la ilusión de que era capaz de llevarlas a cabo. Terminaba por hacer casi todo con exceso.
Pero de la misma manera que la noche sigue inevitablemente al día, mi humos se estrellaba; no comprendía lo que sucedía y me despertaba con la profunda sensación de tener que soportar una jornada más.
Durante aquellos ciclos estaba de mal humor, irritable, siempre en movimiento; no sabía lo que estaba pasándome y me sentía incapaz de pedir ayuda. Nunca se me ocurrió pensar que estaba enferma. Muchas veces me sentía incapaz de enfrentarme al mundo.
Los ritos de iniciación en el mundo académico son arcanos y la dureza e inconveniencia de los exámenes y finales son olvidados por los momentos posteriores al oír "doctora" en vez de "señorita".
Cuando estas en la fase maníaca es formidable, las ideas y los sentimientos van y vienen como estrellas fugaces y las persigues hasta que encontras otras nuevas y mejores. Desaparece la timidez, surgen las palabras, sientes la certeza de poder cautivar a los demás. Te impregnan sensaciones de facilidad, de intensidad, de poder, de omnipotencia económica y euforia.
Pero en algún momento, todo cambia. La velocidad mental se vuelve demasiado rápida y abrumadora, la memoria desaparece, el humor y el interés se convierte en miedo y preocupación. Todo lo que antes estaba a favor, ahora se vuelve en contra; sigue avanzando y al final solo existen los recuerdos que otros guardan de tu comportamiento.
Asimismo aparecen los amargos recordatorios; los remedios que tomar, las tarjetas de crédito anuladas, los cheques sin fondo, las explicaciones necesarias en el trabajo, las disculpas que pedir, los recuerdos intermitentes ¿que es lo que hice?; las amistades perdidas o dañadas, la ruina profesional, las preguntas aterradoras ¿ cuando volverá a ocurrir?, ¿cuál entre mis sentimientos es real? ¿cuál de mis yoes soy yo? la salvaje, la impulsiva, caótica, enérgica, loca o la tímida, introvertida, desesperada, suicida, condenada y rota?. Probablemente un poco de las dos.
Lo que ahora me resulta interesante no es que hiciese cosas tan maníacas, sino que aquellos días, estas tuviesen, en sí mismas, algo de sentido común.
Gastar todo el dinero que uno no posee, o tal como los criterios diagnósticos establecen de manera singular "despilfarrar de manera incontrolada" forma parte de la manía.
Cuando estoy en las nubes no podría preocuparme por el dinero aunque lo intentase. El dinero vendrá de alguna parte. Tengo derecho a él y Dios proveerá. Por desgracia, al menos para los que sufren mi enfermedad, la manía es un apéndice natural de la economía, ya que hay pocas cosas que no puedan obtenerse... .o puede que sólo me diera por robar, no lo recuerdo, ya que estaba muy confusa.
Supongo que debo haberme gastado por encima de unos 50.000mil pesos durante mi episodio mayor de manía.
Y, luego, una vez que has vuelto al universo de la normalidad, te encuentras con que agotaste el dinero y la mortificación es completa; la manía no es un lujo que uno pueda permitirse con facilidad. Padecerla es devastador y la cosa empeora si tenes que pagar el psiquiatra, la medicación y la terapia.
Había aprendido a acomodarme bien a mis manías, desarrollando los mecanismos de autocontrol para disminuir los comportamientos inapropiados y para delimitar rígidamente mi encrispamiento. Mi trabajo y mi vida profesional, eran fluidos, pero ni mi intelecto ni mi carácter me habían preparado para la demencia.
Aunque todo iba acumulándose durante semanas y yo sabía que muchas cosas iban bastante mal, hubo un momento preciso que supe que estaba loca.
Mis pensamientos iban tan a prisa que no era capaz de recordar el principio de una frase cuando iba por la mitad. Buscaba desesperadamente moderarme pero era inútil, no podía. Mis energías eran inagotables, hiciera lo que hiciese. Los delirios se concentraban.
Así comencé el tratamiento psiquiátrico, paso a paso, empezaron a hacer efecto, un poco a la manera en que los fármacos iniciaban su acción y calmaban el desorden de la manía.
Dejó absolutamente en claro que pensaba que padecía trastorno bipolar y que iba a tener que tomar medicación, quizá de manera indefinida.
Aquella nueva realidad, me horrorizaba, yo me sentía amargamente resentida, pero de algún modo muy aliviada.
Mi psiquiatra me vió en los comienzos y en los finales de todos y cada uno de los aspectos de mi mundo psicológico y emocional. Fue muy duro y amable, e incluso comprendió más que nadie lo mucho que estaba dejando en el camino; pero nunca perdío de vista lo gravosa, perjudicial y amenazadora que es mi enfermedad.
Me trató siempre con respeto, inteligencia y con una convicción imperturbable en mi talento para mejorar, luchar y salir adelante.
El desafío estaba en aprender a descifrar la complejidad de una mutua imbrincación y en distinguir los papeles que representaban la medicación, la voluntad y la instrospecció n en mejorar y llevar adelante una vida que tuviese sentido; y esta es la tarea de la psicoterapia.
En este momento de mi existencia, no soy capaz de imaginarme viviendo una vida normal sin medicación y terapia. El primero impide mis seductores pero desastrozos estados maníacos, disminuye mis depresiones y limpia el polvo del desorden de mi pensamiento. Me frena, me vuelve más amables, imposibilita que arruine mi carrera y mis relaciones y hace posible la terapia; esta logra que la confusión tenga sentido, limita los afectos y pensamientos aterradores, restituyendo algún control, alguna esperanza, y permite aprender de ellos.
La medicación no hace que resulte más fácil el regreso a la realidad, te devuelve a ella de cabeza, bamboleando y más pronto de lo que a veces sos capaz de soportar. La terapia es un campo de batalla, pero siempre fue en ella donde he creído, que quizás un día sea capaz de luchar contra todo esto.
Necesito las dos, juntas forman una extraña pareja. Una parte de mi aprensión, tiene su origen en la negativa a reconocer que estaba realmente enferma. Tenía un horrible sentimiento de pérdida de lo que había sido, era difícil para mi renunciar a los altos vuelos de la mente o la afectividad.
Mi familia esperaba que me gustara "ser normal" pero cuando una ha tenido las estrellas a sus pies, cuando se ha acostumbrado a dormir cuatro o cinco horas y de pronto duerme doce, encuentra muy difícil adaptarse a una rutina que si bien es buena, para la mayoría resulta restrictiva.
Cuando me quejo de tener menos energía, menos empuje, la gente suele responderme: bueno, pero ahora sos como todo el mundo. y con eso pretende darme ánimo. Pero yo me comparo con quien fuí, no con todo el mundo. No solo eso, trato de equiparar la que soy en la actualidad con la mejor de mis momentos anteriores.
Me había vuelto adicta a mis crisis, dependía de su intensidad, de su euforia, de su seguridad y de su infecciosa maestría para inducir el entusiasmo en otra gente.
Creía de verdad en el precepto de "aguantarme" de confiar en mi fortaleza sin imponer mis problemas a los demás, pero mirando ahora con ojos actuales el naufragio al que me llevó este orgullo, no tengo más remedio que hacerme cruces.
Todos avanzamos con dificultad por nuestras insuficiencias.
Con la depresión las cosas cambian abruptamente, desde el momento que me despertaba por la mañana hasta que me acostaba a la noche me sentía increiblemente desdichada e incapaz de cualquier alegría. Cada cosa, cada pensamiento, cada palabra, cada gesto, necesitaban un gran esfuerzo. Me sentía estúpida, aburrida, incongruente, apagada, fría, y triste como un gorrión.
Ponía en duda mis habilidades para hacer bien cualquier cosa, era como si mi mente se hubiera parado y fuese inservible por completo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola me siento identificada con este fragmento, esta enfermedad es horrible, cuando estas depresiva cuesta hasta algo tan simple como levantarse, la mente trabaja y trabaja, es una tortura. Te sientes extraña y fuera en un mundo en donde la gente no entiende tu comportamiento y no ve tu dolor. A veces hasta piensan que solo eres manipuladora o aprovechadora.